– […] ¿Qué te parece la cocina de la señora Abel?
– Igual que siempre.
– Fue tu tía Philippa quien la inspiró. Dio diez menús a la señora Abel y ella nunca los ha variado. Cuando estoy solo, no me doy cuenta de lo que como, pero ahora que estás aquí tenemos que pedir otras cosas. ¿Qué te apetecería? ¿Qué es lo propio de esta época del año? ¿Te gusta la langosta? Hayter, dígale a la señora Abel que mañana haga langosta para cenar.
Aquella noche la cena consistía en una sopa blanca e insípida, unos filetes de lenguado demasiado hechos, acompañados por una salsa rosada, costillas de cordero apoyadas contra un cono de puré de patatas, y de postre unas peras hervidas sobre una especie de bizcocho, cubiertas de gelatina.
– Ceno tanto únicamente por respeto a tu tía Philippa. Insistió en que una cena de tres platos era muy de clase media. “Si dejas que los criados se salgan con la suya, aunque sólo sea una vez”, decía, “verás cómo acabas cenando todas las noches nada más que una costilla”. La verdad es que me encantaría. Con toda confianza, eso es exactamente lo que hago cuando la señora Abel tiene la noche libre y ceno en el club. Pero tu tía dio orden de que cuando estoy en casa debo tomar sopa y tres platos: unas veces toca pescado, carne y un postre no dulce; otras carne, un plato dulce y otro no dulce. Existen varias combinaciones posibles. Es asombroso cómo algunas personas logran imponer su voluntad de forma contundente. Tu tía poseía ese don.
Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh.