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El café Whistle Stop abrió la semana pasada, justo al lado de casa, junto a Correos, y las propietarias Idgie Threadgoode y Ruth Jamison dicen que les va bien. Idgie dice que como la gente sabe que a ella no le importa envenenarse, no cocina.

Todo se lo guisan dos morenitas, Sipsey y Onzell; sólo la barbacoa está a cargo de Big George, que es el marido de Onzell.

Por si acaso hay alguien que aún no haya ido, dice Idgie que el desayuno se sirve desde las 5.30 a las 7.30 y que tiene huevos, tortas, bizcocho, beicon, salchichas, jamón, salsa picante y café por 25 centavos.

Para almorzar y para cenar tiene pollo frito, chuletas de cerdo con salsa picante, pescado, empanadillas, parrillada de carne, guarnición de verduras a elegir, pan, bizcocho, bebida y postre por 35 centavos.

Dice Idgie que las verduras que entran como guarnición son: maíz a la crema, tomates verdes fritos, bolondrón frito, grelos, guisantes, ñame glaseado, limas o habitas tiernas.

Y de postre pastel.

Mi media naranja y yo cenamos allí la otra noche, tan bien que dice él que se está planteando no volver a cenar en casa. Ja, ja. Ojalá. Me paso el día cocinando para ese grandullón y nunca tiene bastante.

Tomates verdes fritos, de Fannie Flagg.

¿Puede haber mejor comienzo para un libro que despertar el apetito del lector?